
Como cada domingo, en un rincón alejado del ajetreo, la dulce María cuida de Laurita, esa niña rubia que se pasa la tarde diciendole a María que quiere ser mayor para que la saquen a bailar, y pidiéndole que le compre cosas que de sobra sabe que María no le puede comprar. Y María permanece sentada al lado de la pista del baile todo el tiempo que la niña quiere pasar allí... y es que a Laurita le encanta mirar como bailan las parejas; esperar casi sin respirar los besos robados que a veces, entre un giro y otro, las parejas se dan, esperando que nadie las vea. Y Laurita le dice a María las ganas que tiene de ser mayor para que la besen en los labios y María la reprende con dulzura y le dice que las niñas de su edad no deberían pensar en esas cosas... que tiempo tendrá de hacerse mayor, tiempo de bailar y de que la besen, pero que los días de la infancia una vez que se van ya no vuelven, y que disfrute mientras pueda... y en su dulzura se cuela una nota de tristeza en su voz... la misma tristeza que hay en sus ojos cada que con una sonrisa dice que no a una proposición de baile. Porque María es infexible en eso, aunque Laurita la anime a bailar y le prometa portarse bien y quedarse quieta mientras ella se divierte. Pero María no va al moulin de la gallete a divertirse, va a cuidar de Laurita mientras sus padres se divierten. Porque la madre de Laurita los domingos recibe en su casa, y la niña, aunque es muy mona (todas sus amistades lo dicen) desentona con un salón literario donde se sirve café y se habla de arte. Y su segundo marido, le da razón en todo, pasa toda la semana trabajando, así que le parece justo disfrutar de ella durante el fin de semana y que María se encargue de la niña, que para eso le pagan. Y aunque es triste lo cierto es que Laurita espera con ilusión que llegue el domingo, cuando ella y María se van a pasear solas y ven como las parejas bailan, y luego a la vuelta a casa, María tararea las canciones que ha tocado la banda, y mientras la arropa le inventa historias a Laurita sobre las parejas que bailaban... Le cuenta que se han enamorado al verse, que los dos han sentido un flechazo, que mientras bailaban no veían a nadie mas y que casi, casi no escuchaban la música que no dejaba de sonar... que se querrán tanto que en unos meses se casarán y serán felices para siempre, y todos los domingos irán a bailar para no olvidar nunca el momento mágico en el que se conocieron... Y la misma tristeza melancólica se cuela en su mirada mientras con voz dulce inventa cuentos para que Laurita tenga dulces sueños.
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