Desde la ventana miro el ir y venir de la gente que tiene cosas que hacer... Las prisas llenan el último día del año, y los veo atareados, desde lejos... como si mirase un acuario... la ventana cerrada me aisla del frío y del ruido de la calle, que no para, un flujo constante de gente que va y viene, que se paran y siguen la marcha. Todos con compras de última hora, ajustando los detalles de las miles de fiestas que tendrán lugar esta noche en la ciudad que parece impaciente porque el sol se ponga y la noche prometa cosas que no siempre podrá cumplir.
La noche de los sueños que podrían realizarse, como la llamaba una amiga que estaba convencida de que conocería al hombre de su vida una noche de fin de año, en un cotillón, al sonar las doce... sonrío al recordarlo, porque el sueño se cumplió, pero no exactamente como había sido previsto.
Mireia, que así se llama la amiga de la que te hablo, desde que empezamos a salir en fin de año, estaba convencida de que al hombre de su vida lo conocería en nochevieja. Justo al sonar las doce, al contrario que en la cenicienta, ella le vería, él la vería a ella, el tiempo quedaría suspendido durante unos doce segundos y el alboroto del fin de año los sacaría de su ensueño, con las uvas sin comer y la copa de champange en la mano. Él se acercaría tímidamente, y le diría algo tan precioso que ella se sonrojaría, sabría en ese instante que era él el definitivo y... claro... serían felices para siempre... tras bailar toda la noche y besarse bajo del muerdago.
La realidad fue mas terrenal, y aunque quiso la casualidad que encontrará al amor de su vida una noche de fin de año, lo cierto es que no fue a las doce en punto, fue mas bien a eso de las cuatro y cuarto, y no se miraron y fue como si se reconocieran, ni el mundo se detuvo durante doce segundos... chocaron saliendo del baño, y él, que todo sea dicho, iba muy borracho, le tiró la copa por encima, estropeando sus zapatos nuevos de ante, que nunca mas volvió a ponerse. Para pedirle perdón la invitó a una copa, y mejor no te digo cual fue la frase mágica porque tenía dos rombos... pero era gracioso, y cuando cerraron el local le propuso acompañarla a casa...
Y miro la calle y poco a poco se va vaciando de gente, algunos ya están en casa preparando la cena de esta noche, otros se preparan para salir y tomar las uvas en alguna sala de fiestas con orquesta y todo. Dentro de unas horas las calles estarán vacías, y mientras las doce campanadas nos indiquen que hemos cambiado de año, así sin mas, sin ningún esfuerzo. Yo miraré las calles vacías y como se volverán a llenar de ires y venires, de besos y de abrazos... de buenos deseos parael año apenas estrenado que ojalá nos durasen los trescientos sesenta y seis días a los que tendremos que sobrevivir para volver a contar campanadas y depositar todas nuestras esperanzas en el año que acaba de empezar.
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