Rincones

   Hace años que no he vuelto a pisar aquel rincón del jardín. Era mi lugar favorito, nuestro lugar especial, donde nos contabamos secretos, donde de pequeñas pasabamos tardes enteras mientras los mayores dormían la siesta, y donde nos contamos los primeros amores, esos que casi no sabíamos como contar, porque era todo tan nuevo que no teníamos palabras para explicarnos lo que sentíamos, ni lo que hacíamos o dejábamos de hacer; enrojeciendo incluso antes de contarnos los secretos, las cosas que nuestros novietes nos decían o pedían...
   En ese rincón nos contabamos las cosas antes de contarselas a los demás. Allí ella me dijo que se casaba, fue allí donde yo le conté que estaba embarazada, y donde un año después, ella me dijo que que esperaba una nena; donde yo le abría mi corazón y donde creía que ella me abría el suyo...
   No sé en que momento ella dejó de confiar en mí. En que momento yo no vi las señales, o no quise verlas. Porque tuvo que haber señales de alarma, como carteles luminosos de que algo pasaba, pero yo era tan feliz con mi vida que nunca imaginé que ella no lo fuera con la suya.
   Porque parecía feliz los sábados cuando después de comer nos ibamos a aquel rincón a contarnos nuestras cosas, aunque poco a poco ella dejó de venir los sábados y cada vez nos veíamos menos, y lo cierto es que hablaba yo mas que ella en los últimos tiempos.
   Quizás si no hubiese estado tan concentrada en contarle mi felicidad me habría dado cuenta de su pena. Porque algo en sus ojos había cambiado, aunque yo quería creerla cuando ella me decía que era el cansancio. Que el chiquillo pequeño apenas la dejaba dormir, que en el trabajo tenía mas responsabilidades de las que podía abarcar, que le había venido la regla y que por eso tenía mala cara, o que tenía un morado en el brazo porque estaba torpe y se había dado un golpe contra uno de los armarios del despacho.
   Y de él nunca dijo nada, aunque a veces se estremecía al escuchar su voz, yo nunca tuve el valor de preguntarle si había algún problema en su matrimonio. Porque todos los matrimonios tienen problemas, me decía a mí misma, y yo no soy nadie para preguntar, y si ella no quería contarmelo sería por algo, porque las cosas de pareja son de la pareja y si tuviera algo que contar me lo contaría... esas eran las tonterías que yo me decía a mí misma para tranquilizar mi conciencia, pero que ahora, no consiguen acallarla.
   Y ahora no puedo ir a aquel rincón del jardín donde no supe hacer que ella me contara sus problemas, ni puedo dormir por las noches viendo las señales a posteriori y recriminandome una y otra no haber hecho nada cuando todavía había algo que hacer.
   Pero hay noches que consigo dormir, días en los que mi conciencia me da una tregua y me deja descansar... esos días sueño que estamos juntas en aquel rincón del jardín, sentadas en la mesa de las confidencias y que consigo encontrar el valor para pedirle que me cuente la verdad; que le digo que puede confiar en mí, que la ayudaré como sea, sea cual sea el problema... y ella me cuenta todo lo que no me contó, y consigo ayudarla, y olvidarme de que ahora está muerta porque nadie hizo nada... ni siquiera yo...




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