No hace falta que nadie me lo cuente, porque yo estaba allí y lo ví todo, se lo juro, lo vi todo con estos ojos, que cierto es que ya no son lo que eran, yo que tenía una vista envidiable cuando era jovencita, fijese usted que mi padre me llamaba su pequeña lincilla, por lo de vista de lince y esas cosas, ya sabe usted a lo que me refiero. Pero los años pasan para todos y si he de ser sincera, mis ojos ya no son lo que eran, después de tantas noches cosiendo y remendando para toda la familia a la luz de una vela, porque en mi casa no había dinero para casi nada y a determinada hora se apagaban todas las luces y todo lo que había que hacer se hacía con una vela, y claro, siempre había ropa que remendar, que los niños no tienen cuidado y se desagarran la ropa por todos los lados; mi pequeño era el peor de los cuatro; yo es que sólo tuve chicos, sabe, y todos salieron a su padre, que era el mas bruto de todos; que cuando estaba en casa los cogía en brazos y los lanzaba para arriba, riendose todo el tiempo y yo me santiguaba, porque le diré que me daba mucho miedo que un día se le fuera la mano y alguno de los chiquillos se hiciera daño con el techo. Y como le decía, mi pequeño era el peor de los cuatro, que no había día que no viniera con un calcetín roto, o con los bordes del pantalón rajados, y claro, era cuando se dormían cuando yo tenía un rato de tranquilidad y podía dedicarme a remendar las ropas, y a coserme mis vestidos. Sí, como lo oye, yo misma me cosía los vestidos, porque siempre he sido muy coqueta, y porque no decirlo, muy mañosa. Fijese que este vestido que llevo puesto, lo cosí yo misma, claro que ahora con la artritis y la vista que ya no es lo que era, pues me costó varios días acabarlo; a mí, que cuando era joven, en un par de noches me cosía vestidos enteros. Y es que una de mis vecinas, que limpiaba en casa de una familia bien, nos dejaba aquellas revistas de costura que traían patrones de los vestidos que se llevaban en París, sí, sí, sí, en París allí en Francia, que siempre han ido un poco por delante de todos en lo que se refiere a vestidos y esas cosas. Pues esta vecina, nos dejaba las revistas que las señoritas de la casa donde trabajaba le daban porque ya no las querían, y yo que tenía mucha mano para lo de coser y cortar patrones, fijese usted que miraba un poquito las fotos y cuando llegaba a casa me lo hacía de memoria, porque yo siempre he tenido memoria fotográfica de esa, que yo cosa que veo, cosa que ya no me olvido mas.
Y como le decía yo estaba allí y lo he visto todo, y eso que esta mañana, la verdad es que no pensaba salir de casa, que desde que faltó mi marido a mí como que me da pena venir al parque, porque todos los domingos veníamos aquí a pasear con los niños, a ver los patos y a tomar el aire y a dar vueltas, a ver a la gente pasar y a que nos vieran. Que no sabe usted lo guapo y bien plantado que era mi marido, con ese bigotito que tenía cuando eramos novios. Él se ponía el traje de los domingos y yo alguno de los vestidos que cosía por las noches, y no se imagina usted lo pagado que iba él conmigo del brazo, que siempre decía que yo era la mas guapa de todo el parque. Sí, eso decía, que yo era la mas guapa y la mas elegante y se le notaba en los ojos lo orgulloso que estaba de llevarme del brazo, porque aunque no se lo crea, la gente se giraba a mirarnos.
Y no quería venir, porque como le decía, desde que mi marido faltó me da pena el parque, se reirá usted, pero es como si hubiera menos verde, como si el sol brillase menos, no sé como explicarlo. Pero el caso es que a mi vecina de arriba, la señora Encarnación, el médico le ha dicho que tiene que andar un rato cada día, y según ella a mí tampoco me vendría mal andar, y así de paso hacerle compañía. Y no me malinterprete, que a mí la señora Encarnación me cae muy bien, pero es un poquito interesada, porque a mí el médico no me ha dicho nada de que me vendría bien andar, pero por no discutir con ella, la verdad, es que hago un esfuerzo y paseo todos los días. El caso es que yo hoy quería ir hacía la calle Valladolid, a mirar los escaparates de la tienda nueva de ropa que han puesto, que me dijo una de mis nueras que tienen ropa preciosa, de París, ni mas ni menos; pero la señora Encarnación quería ir hacia el parque, según ella para dar de comer a los patos, según yo, porque cuando venimos hacia el parque nos cruzamos con el viudo de la señora Concepción, que ahora que se ha ido a vivir con su hijo el mayor, a veces se lleva a los nietos al parque a dar de comer a los patos, y la pobre señora Encarnación, que cree que aún está de buen ver a sus setenta años, cree que pintandose como una mona lo va a seducir, pero la verdad es que el viudo de la señora Concepción ni la mira, no porque siga enamorado de su difunta esposa, no se vaya usted a creer, que aunque diga que la echa de menos, menuda mala vida le dio cuando vivía, que todas las vecinas de entonces escuchabamos sus gritos cuando volvía a las tantas de jugar a las cartas con los amigos. Ve, en eso yo no me puedo quejar de mi marido, que era un santo barón, que nunca le dio por el juego ni por cenar con los amigos ni nada de eso.
El caso es que como le decía, sino hubiera sido por eso no habría visto lo que ha pasado con estos ojos, que aunque ya no son lo que eran, aún ven bastante bien, y si he de serle sincera, aunque me lo contaran no me lo creía, porque quien se iba a creer que en pleno parque, en el mes de noviembre, con el frío que hace, iba a haber una chica bañandose desnuda, sí, sí, sí, como dios la trajo al mundo, puede usted creerme, que yo estaba allí y lo vi todo. Había una chica desnuda bañandose en el estanque de los patos. No hace falta que nadie me lo cuente, porque yo estaba allí y lo ví todo, se lo juro, lo vi todo con estos ojos.
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