
Él empezó a venir hará cosa de cinco años. Al principio venía algunos domingos, pero no todos. Se sentaba en silencio y miraba a los bailarines, escuchaba la música y volvía al pequeño cuartito en el que siempre imaginé que vivía. Había épocas en las que venía varios domingos seguidos y después pasaba semanas sin aparecer por aquí, entonces llegó el otoño, y ella empezó a venir.
Llegó por casualidad, al parecer era nueva en la ciudad y no sabía que hacer los domingos, así que paseando por el parque debió de escuchar música y acabó aquí. El primer domingo no bailó con nadie, se limitó a mirar los que el moulin de Galette ofrece. Después de aquel primer domingo su visita se hizo fija, y parecía que el baile no empezaba hasta que ella no venía.
Fue entonces cuando él empezó a venir religiosamente todos los domingos, y aunque al principio no relacioné los dos hechos, tras unos cuantos meses me di cuenta de que él venía todos los domingos desde que apareció ella.
Fue entonces cuando decidí fijarme en ellos, en los pocos detalles que su historia dejaba para una imaginación como la mía.
Él sólo bailaba con ella, pero no todos los domingos se decidía a sacarla a bailar. Ella le sonreía cada vez que sus miradas se cruzaban y cuando llegaba siempre le buscaba entre los demás y no parecía feliz hasta que no distinguía su sombrero entre los de los demás caballeros.
Poco a poco, imagino que se dieron cita fuera de aquí, ya sólo bailaban juntos, y si uno de ellos no venía, el otro no se quedaba mucho tiempo.
Y hace unos dos años se casaron... una de esas historias que tiene este moulin... y aunque ya no necesitan este lugar para encontrarse, parece que a los dos les gusta venir todos los domingos del año, bailar sus canciones y volver a casa paseando cogidos de la manos... tal vez para no olvidar los principios de sus amores... tal vez para no perder la sensación que tienen cada vez que escuchan que suena su canción.
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