Un domingo por la tarde (cuatro)

La llaman Penélope, aunque en realidad creo que nadie de los que viene a este parque los domingos sabe que en realidad se llama Marta.
Llega cada domingo, puntual como si tuviese una cita, con el mejor vestido que tiene, y con su sombrilla, va con paso solemne hasta la orilla y se queda allí de pie, mirando al lago fijamente como si el lago se hubiera tragado a un antiguo amante y ella esperase que las aguas se lo devolviesen.
Cada domingo es igual, se queda ahí parada durante un par de horas. No se sienta, no pasea, no habla con nadie, solo se queda justo ahí de pie, esperando, tiesa como un palo.
Hay quien dice que su prometido se ahogó un domingo en el lago, aunque en realidad hace muchos años que nadie se ahoga aquí; también los hay que dicen que un novio que tuvo le dio una cita, un domingo aquí, que le dijo que la esperase, que vendría a buscarla, que se la llevaría lejos y que se casaría con ella, pero que el día de la cita no apareció, y que ella se volvió loca, y por eso vuelve cada domingo, a esperar, no vaya a ser que él venga a buscarla y no la encuentre donde quedaron. También hay quien opina que cometió un horrible crimen: que mató a alguien y lo hundió en el lago, y que cada domingo viene a asegurarse de que el cuerpo del delito no vuelva flotando a la orilla.
Como ves hay teorías para todos los gustos.
En realidad, Marta, o Penelope, como la llaman los habituales, ni tiene una cita, ni espera a un amante ahogado, ni la plantaron hace años, ni oculta un crimen... La verdad es mas simple y quizás mas triste: a Marta le leyó la mano una gitana, y le dijo muy seria que encontraría al amor de su vida un domingo, al lado del agua... y como la pobre solo conoce este lago, viene cada domingo esperando un destino que una gitana se inventó a cambió de la voluntad y que se gastó en vino. Permanece de pie, porque los nervios no le permiten sentarse, esperando a ese amor que una gitana le prometió. Y puede que la gitana se inventase un futuro que no veía para Marta, pero cierto es que a Marta le ha salido un admirador.
Y es que desde hace unas semanas, todos los que frecuentan el parque se han dado cuenta de que un jovén con levita y sombrero, llega unos minutos después que ella, y se pone también en la orilla, como si también él esperase algo... a cierta distancia, para no asustarla. Todos se han dado cuenta menos Marta, y todos se sonríen complices, pues los amores que empiezan producen ciertas sonrisas condescendientes en los que hace años ya que se enamoraron.
Pero quizás estás sonrisas no serían tan compresivas, si supieran que cada domingo por la tarde, cuando Marta vuelve a casa desilusionada porque su destino sigue sin cumplirse, el desconocido de la levita la sigue a una distancia prudencial, y vigila su ventana desde la osucridad de una esquina, hasta que ella apaga la luz y se va a dormir. Y es que este desconocido también está allí los lunes por la mañana, y la sigue al trabajo y les podría decir, si alguien le preguntara, que a Marta le gusta desayunar en una cafetería de paredes color verde que hay camino de su trabajo, y que normalmente se pide un café con leche que no se suele terminar. Y la sigue cuando vuelve a casa, y cuando sale a pasear.
Porque a vez un acosador puede parecer un enamorado... Solo espero que Marta no cometa ese error.



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