Sueño

Sueño, eso era todo lo que tenía: sueño. Un sueño terrible y pegajoso, que el calor de las planchas parecía propiciar y mecer, como una nana muda y silenciosa que la envolvía y le hacía imposible no bostezar. Y los bostezos se encandenaban, uno detrás de otro, como algo inevitable.
Había dormido poco, primero por placer, las dulces dulzuras del amor, que habían hecho que perdiera la noción del tiempo, o para ser mas exactos, habían hecho que el tiempo careciera de importancia, ¿qué mas da sacrificar unas cuantas horas de descanso cuando el corazón se encoge solo de pensar en la separación?
Después, ya tarde, cuando la casa permanecía vacía y a oscuras, extrañas pesadillas la habían asolado, acompañadas de ruidos extraños, esos ruidos casi imperceptibles que toda casa tiene pero que precedidos de una pesadilla y en conjunción con la oscuridad de una noche sin luna, crecen y llenan la mente de oscuros y absurdos temores que convierten las sombras de la mesita de noche en amenazas terrorificas e incontrolables.
Así que el alba se llevó sus miedos y devolvió los contornos a los muebles de la habitación, pero el despertador le recordó que tenía que levantarse e irse a trabajar, como casi cada día. Y por muchos cafés que hubiese tomado aquella mañana, parecía que una parte de su mente no quería (o no podía) despertarse, soñando despierta con algunas de las dulzuras de la noche pasada, riendose de sus miedos y de sus pesadillas, en aquella habitación caldeada por los vapores de las planchas, que invitaban al sueño; a ese sueño bueno de recordar con los ojos entrecerrados las cosas que pasaron y de imaginar las que están por llegar.
Si al menos su compañera dijese algo, el ruido de su voz y el tener que estar atenta a su conversación la mantendrían despierta... pero no, otro bostezo, y dos mas. Dolor de cuello y ganas de dormir doce horas seguidas; o no dormir, pero estar en la cama.
Miró el reloj, quedaba media hora para cerrar. Necesitaba otro café y pedirle a él que se quedase a dormir con ella, seguro que él conseguía espantar a sus fantasmas, y atenuar los ruidos que la soledad agrandaba.



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