Bingo

- Sabes lo que hacen aquí por las noches en el último piso?
- No abuela, qué hacen aquí por las noches en el último piso? -pregunté entre desinteresada y divertida, ya que desde hacía un par de semanas, mi abuela no paraba de inventar absurdas historias, a cual mas surrealista.
- Juegan al Bingo.- dijo solemnemente, frunciendo la boca en ese mohín tan suyo cuando te cuenta algo importante.
- Y tú vas a jugar? -Pregunté imaginandomela en el bingo
- No! Chati, no me has entendido... no es un bingo normal, no. Es un bingo clandestino.
Iba a preguntarle que porque iba a haber un bingo clandestino en una residencia para la tercera edad. Pero no le dije nada. Desde que la habíamos ingresado en aquella residencia, mi abuela no paraba de inventar historias, cada cual con menos sentido y mas divertida.
A los pocos días de estar allí, nos dijo muy seria y en voz muy baja, que aquello era una secta. Como nos entró la risa, nos dijo que tenía pruebas, ya que todas las chicas que trabajaban allí iban igual vestidas, y canturreaban mientras hacían sus cosas. Le explicamos que lo del uniforme era normal; que también en el hospital en el que había estado un par de semanas iban todas las enferemeras igual vestidas, y que eso no significaba que fuera una secta; a lo que ella nos respondió, muy misteriosa, que no sabíamos nada de lo que pasaba en el hospital, lo que no tenía mucho sentido, teniendo en cuenta que durante aquellas dos semanas, hicimos turnos y nunca estuvo sola. Así que le dijimos que según esa regla de tres, entonces los bomberos, los policias y demás uniformados eran también sectarios, con lo que creo que la convencimos.
La siguiente teoría conspiratoria, fue que había un gigoló que iba a pasar allí las tardes, y que hacía compañía y vaya usted a saber qué, a las señoras a cambio de dinero... sus pruebas en este caso eran que tenía pinta de pollo-pera, y que llevaba zapatos de loewe (zapatos que según mi abuela, se ponen los gigolós, para que las mujeres los reconozcan); cuando esa misma tarde nos pidió dinero suelto y nos entró la risa, se ofendió tanto que durante varios días no dijo nada del gigoló especialista en mujeres maduritas. Hasta que una tarde, nos lo señaló, y resultó ser el sobrino de una de las internas; un chico joven, y apañado, tan educado, que además de darle conversación a su tía abuela, la que por cierto tenía alzheimer y la mitad de las veces no sabía con quien hablaba, respondía a las preguntas de algunas de las internas, que aburridas porque no tenían visitas, aprovechaban para hablar con cualquiera dispuesto a oirlas.
También hubo una época en la que nos aseguró que a las chicas las tenían sin contrato y sin dar de alta en la seguridad social; que se lo habían contado ellas. Y unos días en los que aseguraba que le metían mano cuando la cambiaban.
Así que cuando me habló de un bingo clandestino en el último piso, preferí no preguntarle porque iba a haber un bingo clandestino, cuando de todos es sabido que el bingo es legal, así que no hace falta la clandestinidad; ni porque caprichos de la casualidad iba a haber un bingo en el último piso de una residencia de ancianos, con la sitios que hay para abrir bingos clandestinos, puestos a abrirlos.
Pero ella estaba convencida. Me dijo que las oía subir, con sus pieles y sus joyas; y obvió mi pregunta de como era capaz de escuchar si llevaban pieles y joyas (ahora iba a resultar que mi abuela tenía superpoderes y no nos habíamos dado cuenta); se quejó de que con el ruido de los tacones no la dejaban dormir; para acabar diciendome que no entendía porque no las dejaban subir al bingo, porque al parecer, en ese bingo clandestino solo podían ir a jugar los de fuera de la residencia, que varias señoras de allí habían pedido subir, pero que se habían reido de ellas y les habían dicho que allí no había ningún bingo.
Estaba tan entretenida escuchando las teorías de mi abuela, que no me di cuenta de la hora que era, hasta que quedaban cinco minutos para que terminara la hora de visita. Me despedí de ella, prometiéndole entre risas investigar lo del bingo, y en caso de descubrir algo, llamar a la policía para que hiciera una redada.
En el ascensor el perfume de alguna señora me hizo pensar en esas señoras que imaginaba mi abuela subiendo al bingo clandestino imaginario, y todavía sonreía con esa idea al salir... cuando me crucé con tres señoras, muy arregladas, con sus pieles y sus joyas, y no pude evitar dar un respingo cuando una de ellas les dijo a las otras: "Ya vereis, es lo último de lo último... para que ir al bingo como todo el mundo, cuando aquí hay un bingo clandestino?"




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