Otoño

Hay quien dice que el paseo se vuelve triste en otoño... Hay quien incluso dice que en cuanto cambia la estación y los días se acortan y caen las hojas y el aire refresa, deja de ir a pasear al paseo, para no sentir la esa tristeza... Y he de admitir que no lo entiendo.
Puede que sea debido a que nosotros preferimos el paseo en otoño. Siempre lo hemos preferido. Él dice que es porque yo no soporto frío en invierno (y esa humedad que se te cuela en los huesos y que no se puede conjurar ni con el té caliente con miel que tanto me gusta tomar durante el invierno); y él no soporta el calor que hace durante el verano, cuando se está mejor sentado a la sombra de cualquier terraza, tomando té frío, y disfrutando de lo vacía que se queda la ciudad (un privilegio que pocos conocemos); y dice también que en primavera no nos gusta porque hay demasiada gente (con esas ganas mal contenidas que deja el invierno al irse, de sol y días al aire libre)
Y puede que tenga razón... puede que nuestra preferencia a pasear en otoño, con el crujir de las hojas y esa recién estrenada soledad se deba a la combinación de factores... a que no hace demasiado frío, ni demasiado calor... a que no apetece aún quedarse en casa, ni disfrutar de la sombra tomando algo fresquito, y a que no hay casi gente, ni niños corriendo y gritando, con sus bicicletas y sus jueguecitos...
Aunque yo creo que en realidad, sin decirlo, los dos sabemos que preferimos el otoño, porque en otoño fue cuando nos dimos cuenta de que queríamos pasear juntos... y después de tantos años reconforta que el paseo siga igual, que sigan cayendo, como cada año las hojas, y que nosotros sigamos disfrutando de estos días que se empiezan a acortar, como en aquel primer otoño, en el que yo creía que lo nuestro no iba a durar y él entre risas me prometía años y años de felicidad.



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