Un domingo por la tarde (y ocho)


Y podría hablarle de la dama del sombrero granate a juego con la chaqueta, que se sienta muy tiesa debajo de su sombrilla y posa, nadie sabe para quien. Le podría contar que la chiquilla que siempre la acompaña, esa jovencita, que ronda los catorce años, con el pelo recogido en una coleta que recoge florecillas y hace ramilletes con ellas, y que mira ensimismada al suelo, evitando así los ojos de cualquiera que pose su mirada en ella, no es su hermana, como todo el mundo cree, sino su hija, fruto de un desliz de adolescencia, y a la que crió su abuela, ocultandole incluso a ella misma el secreto, y salvaguardando así el honor de la familia. Ni si quiera su actual marido, el segundo sino me equivoco, que es un hombre muy rico, muy mayor, y muy comprensivo con los caprichos de su joven esposa, como ese de que su hermana pequeña viva con ellos y que reciba una educación esmerada; pero no tanto, sin duda, como para comprender y perdonar los errores de juventud. O eso al menos parece creer su esposa, que nunca le ha contado su gran secreto, esa historia de amor que terminó en embarazo, pero que su madre no permitió que acabara en boda, porque tenía otros planes para su preciosa hija... planes que de sobra ha hecho realidad.


O podría contarle la oscura historia de esas dos damas que apenas se hablan, pero que vienen al parque cogidas del brazo y se sientan en la hierba a ver jugar a su sobrina, y es que las dos comparten un secreto oscuro y vergonzoso, y es que ambas se acuestan sin saberlo con el marido de su otra hermana, que inocente de ella, se las llevó a las dos con ella el primer verano de casada que pasaron en un precioso bungalow en la playa, y en el que como ella estaba embarazada de su primera hija, y la verdad, no estaba muy dispuesta a satisfacer las demandas y deseos de su ardiente esposo, este encontró consuelo a sus ardores en las habitaciones (primero de una, y después de la otra, nunca con las dos juntas) de sus comprensivas cuñadas, que habrían estado dispuestas a hacer cualquier cosa para demostrar su agradecimiento por ese verano en la playa. Idilios que continuan tanto tiempo después, en dos pisitos casi identicos que su cariñoso cuñado les ha puesto cerquita de su oficina, pero que utilizan en días alternos, sin saber que comparten secreto, pecado y penitencia sin saberlo.
 
Pero lo cierto es que es metira todo lo que le he contado... podría decirle que es que soy escritora, pero incluso en eso mentiría, pues no soy mas que una mujer casada, aburrida y adicta a las novelas de misterio, de aventuras (y porque no decirlo?) a las novelas rosas, que se aburre de lunes a viernes en una casa demasiado grande en la que no tengo nada que hacer, aparte de decirle a la cocinera lo que creo que podría preparar para comer, aunque admito que en general no suele hacer caso de mis sugerencias. Los sábados el aburrimiento es mas variado, ya que a veces me aburro en la visita que hacemos a mis padres, a veces me aburro en la visita que les hacemos a mis suegros, a veces lo hago en las visitas a mis cuñadas y otras en mi propia casa, cuando somos nosotros los que recibimos.
 
 
Solo los domingos, cuando por consejo médico, mi marido y yo pasamos una deliciosa tarde en el parque, me entretengo, y no porque mi querido esposo y yo charlemos, eso hace años que no lo hacemos; sino porque en el silencio en el que después de tantos años, los dos nos sentímos cómodos, me voy historias a mí misma sobre las personas que vemos cada domingo en el parque.





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