Jardín

   Era en esa esquina del jardín donde era feliz. Puede que entonces no lo supiera, pero ahora que han pasado los años y que de aquella esquina del jardín sólo quedan mis recuerdos y algunas fotos viejas, sé que sí, que era feliz en aquel rincón medio oculto, que de pequeña se me antojaba mágico.
   En aquella mesa de madera que según mi madre ya estaba allí cuando alquilamos aquella casa por primera vez cuando nació mi hermano, donde después de comer y de dormir la obligada siesta que durante el verano era algo sagrado, podía abrir los libros de cuentos que mi abuela me había regalado por mi cumpleaños y mirar las ilustraciones de princesas y príncipes encantados, de cerditos que construían casa antisoplos, de matas de habichuelas que subían hasta las nubes y de flores que por las noches se dedicaban a bailar.
   Leía despacio, casi deletrando cada letra mientras mi madre le daba el biberón al bebé y me corregía los errores, demostrandome así que no por estar pendiente de mi hermano, dejaba de estar pendiente de mí. Y en esa mesa nos comíamos las cerezas que mi padre traía cuando venía a pasar con nosotros los fines de semana; porque mi padre tenía que quedarse en la ciudad trabajando para pagar aquella casa de la que disfrutabamos durante el verano, y según supe después, para pagar también todo lo demás que necesitabamos.
   También en esa mesa me dejaban pintar con acuarelas. Una preciosas acuarelas que me regaló mi madrina un día que vino a vernos, un día en el que se me mezclan recuerdos extraños de mi madre llorando en su cuarto y mi madrina susurrando cosas que yo no entendía, y pidiendonos dulcemente a mi hermano y a mí que nos portasemos bien si queríamos a nuestra madre. Quizás inconscientemente por eso pintaba cada vez que veía en los ojos y las mejillas de mi madre rastro de lágrimas que escondía en el baño de su dormitorio, y que coincidían con los fines de semana en que papá no venía a la casa del veraneo, como mi hermano y yo la llamabamos.
   Entonces mi hermano y yo no preguntabamos, yo dibujaba o le leía a mi hermano, que aunque ya había crecido aún no sabía leer bien, e incluso sentados en aquella mesa le contaba cuentos que me inventaba y que él adornaba con detalles que él mismo se inventaba.
   En esa mesa escribí mi primer cuento y mi hermano me ayudó a ilustrarlo, cuando ya no eramos niños y en la hora de la siesta nos refugiabamos en aquel rincón del jardín, donde seguíamos viendo las hadas que escapaban de los cuentos que leíamos y que inventabamos, y que hoy mirando una vieja foto me pregunto si seguirán allí...


No hay comentarios: