Periódico

   Lee el periódico cada tarde, atenta; lee cada palabra de cada noticia de cada página, absorta mientras dura el ritual que ella sigue cada día, llueva, truene o brille el sol.
   Le da igual todo, es como si el resto del mundo dejase de importar, ella abre el periódico y desaparecemos todos, deja de oir nuestras voces, deja de oir los murmullos que llegan desde la calle. Se sienta en el sillón y se zambulle literalmente en las páginas del diario y no nos vuelve a prestar atención hasta que ha terminado.
   Y observándola veo que hay paz en ella mientras se entrega a esta costumbre que no es suya (ella, que se reía de los periódicos y de ese afan de saber que pasaba en el mundo diciendo que bastante tenía ella con saber como estaban las cosas en su casa como para andar informándose de lo que pasaba a mas de mil kilómetros de distancia), esa costumbre que con el pasar de los días y de los meses ha ido siendo suya, ese momento del día en el que sumida en las noticias que llegan de otras partes del mundo olvida la casa, los silencios, y esa ausencia que no quiere mirar, y que parece que asume con paz cuando imita aquella manía de él que tanto le disgustaba.
   Porque cuando papá nos dejaba en la mesa después de tomar el café y se sumía en la lectura del diario, ella, zalamera (lo recuerdo desde que yo era pequeña) le daba vueltas alrededor intentando llamar su atención, intentando romper esa concentración tan suya, que parecía envolverle y sacarlo del mundo. Y él mantenía la concentración, aunque recuerdo haber sorprendido alguna sonrisilla medio escondida tras las páginas que le cubrían el rostro, cuando ella cantaba o bailaba y él fingía estar tan abstraido como para no darse cuenta. Era un juego que me divertía, incluso cuando mas mayor, venía a comer los fines de semana y les veía seguir con aquello: él abstraido en la lectura, conteniendo la risa a duras penas; y ella intentando llamar su atención con payasadas que en otros momentos del día nunca habría realizado.
   Y ahora es ella la que cada día coge el periódico que sigue comprando como cuando él aún vivía (porque dice que sería raro dejar de comprarlo después de tantos años), y después de comer, como un trabajo, como una especie de ofrenda de amor en un altar que ninguno de nosotros somos capaces de ver, sentada en el mismo sillón en el que él se sentaba, lo abre con la solemnidad con la que una sacerdotisa abriría un libro sagrado y se entrega a la lectura, igual que hacía él.
   Y cada tarde, sus ojos muestran amor mezclado con una melancolía extraña cuando cierra el periódico y vuelve a la realidad, donde él ya no está.



2 comentarios:

kitti dijo...

La hermana de Shakespeare está viva, qué duda cabe.
Un beso.

kitti dijo...

Bueno, creo que no dejé suficientemente claro que me entusiasma el texto. Ahora sí, ¿verdad?