Calles

Cada día veo lo mismo a través de la ventana, miro sin ganas, sin fuerzas, sin ilusión. Los primeros días, cuando Mariana abría las cortinas y me decía con esa sonrisa que parece que tenga por castigo en la boca, que mirase fuera, lo hacía, obediente, casi sin darme cuenta, porque eso es lo que he hecho durante casi toda mi vida: obedecer, hacer lo que los demás me decían que hiciera sin pensar que era lo que yo quería, simplemente lo hacía, como si no hubiera mas posibilidades, y lo cierto es que durante mucho tiempo, ni siquiera imaginé que otras posibilidades pudiesen existir.
Seguramente debo agradecerlo a la educación que mi padre me dio. Mariana a veces me contaba que mi madre era preciosa pero muy caprichosa; que amargó a mi padre con sus caprichos y sus cambios de humor desde el día en que se casaron, y que mi padre tenía suerte de que yo no hubiese salido a ella, y que hubiese sacado sin embargo este caracter tan dócil, aunque no sé en realidad si mi caracter es este o los silencios de la casa y esa disciplina que parecía pecado romper han sido los que me quitaron el caracter de mi madre y me hicieron como soy: una pobre y dulce conformista que nunca lleva la contraria a nadie.
Que mas da, esta enfermedad, heredada de esa madre de la que apenas se habla en casa y a la que no conocí, me matará antes del próximo invierno, oí como el médico se lo decía a mi padre la otra noche, cuando creían que el agotamiento y la fiebre me habían vencido y que dormía ajena a sus cuchicheos. Y desde entonces Mariana es mas buena conmigo, pone mas cuidado en mullir mis almohadas y en que la temperatura de la habitación sea perfecta, y me llama con nombres dulces que no usaba desde que dejé la infancia.
Mariana, que aún no la he presentado, es la segunda esposa de mi padre, y conoció a mi madre porque en tiempos eran amigas. Nunca ha querido aclararme si sus relaciones con mi padre datan de antes o de después de la muerte de mi madre, sigue empeñada en que soy demasiado joven para preguntar ciertas cosas, lo que las dos sabemos que viene a ser una confirmación de mis sospechas, que ella y mi padre eran amantes incluso antes de que falleciera mi madre, pero es buena conmigo, de hecho, pese a su frialdad, es lo mas parecido a una madre que he conocido, y fue ella la que se empeñó en venir aquí cuando mi enfermedad presentó los primeros sintomas. A mi padre le dijo que porque aquí estaban los mejores especialistas, pero creo, sin que ella me lo diga, que fue porque sabía que desde hace años he soñado con ver estas calles.
Como cada mañana Mariana abre las cortinas y me invita a mirar fuera. Y los primeros días era emocionante, se me aceleraba el corazón solo de imaginarme a mí misma paseando por esas calles. Veía a la gente ir y venir, y permanecía todo el día ensimismada, imaginando vidas, amores, sueños e ilusiones a las personas que pasaban bajo mi ventana. Pero empiezo a intuir que no saldré de aquí, y mis historias imaginadas empiezan a repetirse, porque hay menos historias que personas, o quizás es que mi imaginación es demasiado pobre para hacer de ello su único entretenimiento.
Así que miro por la ventana, pero a fuerza de mirar ya no veo mas que una ilusión engañosa, una mentira que me duele por cierta. Porque esa ventana se ha ido convirtiendo en la vida que nunca viviré, y prefiero cerrar los ojos y dejarme morir poco a poco y así, al menos en mis últimos días no hacer lo que los demás esperan que haga... aunque sea algo tan insignificante como entretenerme mirando por la ventana.



1 comentario:

kitti dijo...

Porque esa ventana se ha ido convirtiendo en la vida que nunca viviré...
Buenas noches, dulce niña.