La señora Julia

Durante años, es curioso, pero si pienso en mi casa, no recuerdo el oscuro cuarto abuhardillado donde pasaba las noches y por el que pagaba un alquiler mas que elevado; ese cuarto oscuro, porque la única ventana estaba tan vieja que no había manera de abrir los postigos que mantenían en penumbra la habitación, por miedo a no poder volver a cerrarlos nunca mas; si pienso en aquella época, aquellos años de mi juventud llenos de sueños y de olor a pintura, la palabra casa evoca para mí ese café, de mesitas redondas y sillas amarillas como el entarimado, donde desayunaba, comía, cenaba y pasaba las noches hasta la hora del cierre; dibujando bocetos en servilletas de papel de futuros cuadros que nunca pinté, y escribiendo en las libretas que la señora Julia me regalaba, malos poemas que soñaba con ver publicados.


La señora Julia, aunque todo el mundo lo creía, no era la dueña del bar, era una especie de encargada, que llevaba allí tantos años que parecía formar parte de la decoración del local. Lo supe por las historias que ella misma me contaba cuando el bar se vaciaba y yo seguía sentado en la barra, haciendo tiempo, para no tener que irme a mi oscuro cuarto, donde si bien durante el invierno se podía sobrevivir con unas cuantas mantas (todas regaladas), lo cierto es que durante el verano, el calor se hacía insoportable hasta tal punto, que mas de una noche la pasé en blanco paseando, evitando así llegar a mi cama antes de estar tan cansado como para caer rendido sin importarme el calor.

Como decía, la señora Julia no era la dueña del bar, ella misma me contó que aunque en tiempos fue suyo, cuando era joven y hermosa, como ella misma decía con un brillo especial en los ojos, lo perdió por culpa de su marido, que tuvo la genial idea, en una de sus miticas borracheras de las que todo el barrio se acordaba, de jugarse el bar a las cartas, porque como él dijo siempre, con un poquer de reinas, creyó que no podría perderla. Pero reyes ganan a reinas, como decía la señora Julia siempre que recordaba aquella historia, así que perdió el bar, pero el ganador le ofreció trabajo a cambio de que abandonase a su marido y se convirtiera en su amante. En esa parte de la historia, la señora Julia siempre hacía una pausa dramática, para acabar confesando a media voz que abandonó a su marido, pero no por el trabajo, sino por haber perdido el bar de una manera tan tonta. Nunca decía si se convirtió en amante del otro caballero, del que hablaba con cariño, a pesar de que tiempo después, vendió el bar sin consultarle a nadie, se subió a un barco y se fue a America.

Al parecer en el trato de compra venta, se daba por supuesto que la señora Julia seguiría trabajando allí; y así en todos los cambios de dueño, que experimentó el café durante todos aquellos años, cambiaba el dueño, y quizás la decoración, pero allí estaba la señora Julia, porque sin ella, los parroquianos habrían dejado de ir.

Ya tenía casi setenta años cuando yo la conocí, y como con otros recien llegados, la señora Julia, podríamos decir que me adoptó, y que se ocupó de mí durante mucho tiempo. Ella me fiaba para que pudiera llegar a fin de mes, dejandome dinero sin intereses y a veces sin esperanzas de recuperarlo. Cuando mis deudas con ella ascendían demasiado, cogía uno de mis cuadros y aseguraba que valía exactamente lo mismo que yo le debía, así que si se lo regalaba estaríamos en paz. Ella se encargaba de remendar mis chaquetas cuando se me rompían por el uso, o de coserme los botones, gritando que la dejase hacer a ella, que yo no sabía ni coger una aguja, lo que era verdad.

En ese café, que permanecía yo hasta altas de la madrugada, en parte para no volver a mi triste habitación, en parte porque prefería quedarme hasta que la señora Julia cerraba y acompañarla a casa, que a esas horas de la madrugada, no todos los transeuntes son buenas personas.

No tuvo hijos, ni de su marido (aquel que perdió el café a las cartas) ni de sus amantes (que si uno hacía caso de sus historias eran varias docenas) así que cuando se volvió loca, olvidando que día de la semana era y los nombres de sus conocidos y hasta de sus amigos. Cuando empezó a asegurar que era Mariantonieta, y se comportaba en verdad como una reina a la que había que rendir pleitesía, fue el estado el que se hizo cargo de ella, y la metió en una de esas instituciones mentales de las que nadie sale. Algunos de los clientes del bar, entre los que yo me encontraba, intentamos impedirlo, pero como no tuvo hijos, y su unico pariente, un sobrino segundo que pasaba solo muy de vez en cuando a pedirle dinero prestado, se desentendió del tema en cuanto supo que no solo no sacaría dinero de aquello, sino que al contrario, hacerse cargo, podría conllevarle algunos gastos.

Así que como digo, vinieron un día y se la llevaron, y ese mismo día me fui del barrio. Recogí las pocas cosas que tenía en aquella oscura habitación, pedí una copa de absenta que me bebí en la barra tras brindar en silencio por ella, y no volví mas.


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