Orillas

En la otra orilla, ese era mi sitio favorito. Recuerdo que en cuanto podía me escapaba de casa sin que mi madre se diera cuenta y corría hasta llegar a la otra orilla. La llamaba la otra orilla aunque realmente era mi orilla, del otro lado se levantaban aquellas casas blancas en las que por la noches soñaba que vivíamos. Iba corriendo al río y me quedaba horas allí contemplando las casas y a las personas que las habitaban, como hipnotizada. Imaginandoles vidas alucinantes, porque en mi imaginación, las personas que habitaban aquellas casas eran personas especiales, ¿Cómo si no habrían de ser las personas que vivían en las casas de mis sueños? Nunca se aburrían, y nunca estaban tristes, porque las casas eran mágicas y les daban la felicidad por el simple hecho de habitarlas. Me encantaba contemplar aquellas casas cuando el sol empezaba a descender, porque entonces sus tonos claros brillaban mas, y sobre todo al principio del otoño, me encantaba cuando del río subía la bruma que atenuaba los colores y cuando las luces se encendían parecían destellos de hadas desde mi otra orilla del río. Luego, en invierno, entre las clases y el frío mi madre no me dejaba escaparme, así que pasaba el invierno añorando la otra orilla del río, soñando con las casas mágicas que en mis sueños adquirían tonos aún mas claros y mágicos. El principio de la primavera lo vivía con impaciencia, hasta que llegaba el día en que mi madre después de todo un invierno de prohibiciones, me dejaba salir al jardín, momento que yo aprovechaba para escaparme y correr hasta llegar a la otra orilla. Y allí volvía a pasar mis tardes, mirando las casas en donde habría vivido si me hubieran dejado escoger donde vivir.
Me pregunto que habrá sido de aquellas casas y de la otra orilla, porque ahora, años después, lo que realmente echo de menos es esa otra orilla, esa orilla que era sólo mía... Mi lugar secreto. Donde encontraba el silencio que les faltaba a mis días y la inspiración para inventar vidas.




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