Lejos

Lejos sin estarlo. Y él lo sabía mientras la miraba, que aunque ella estuviera allí, ofreciendose como ofrecia la fruta que llevaba en la bandeja a todos los extranjeros que como él llegaban buscando ese exotismo que a fuerza de mirarlo parecía forzado, de postal, como escenificado para los viajantes ávidos de aventura. Estaba allí, preciosa, maravillosa, tan bella que en cuanto la vió supo que soñaría con ella durante años, supo que volvería a aquella isla solo para volver a verla, para saber que estaba cerca de ella. Para quizá conseguir pintarla, un día, cuando los nativos se hubiesen acostumbrado a él y pudiera pedirles que se quedaran quietos mientras él hacía bocetos rápidos intentando captar eso que la pintura trata de atrapar, el alma en la mirada. Pero ella estaba lejos sin estarlo. Estaba ofrecida pero solo su apariencia, porque sus ojos estaban perdidos en sus pensamientos que estaban tan lejos de allí que él no podía sacarla de su ensoñación ni mirandola fijamente. Tal vez sus pensamientos estuviesen cruzando el mar, recordando las promesas de algún otro extranjero que como él le habría prometido llevarsela a París o a Londres, que le habría prometido un amor para el que ella no estaba preparada, y la había convertido en una Penelope distante que en vez de descoser por las noches, vendía fruta en aquel triste puerto. O tal vez pensaba con añoranza en los días de su niñez, cuando podía pasarse el día jugando y sin tener que ser ofrecida a los extranjeros como un recuerdo exótico mas de su paso por la isla. Quizá estaba lejos porque entendía lo vacío de estar allí, porque al mirar a su alrededor, él se dio cuenta de que todas las miradas de todos los hombres que llegaban al puerto eran igual de fijas que la suya.

Normal que estuviera tan lejos, estando tan cerca. Una manera de protegerse como otra cualquiera.





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