El tío Luis y su hijo, el tío Carlos

El tío Luis y su hijo, el tío Carlos, a los que veíamos dos veces al año, y que siempre se iban antes que nadie, como si tuvieran prisa por irse y dejar de vernos.

El tío Luis era hermano del abuelo, hermanastro, por parte de padre pero de distintas madres, lo que en aquella época resultaba dificil de entender, pero como era muy joven nadie me contaba nada. El pobre tío Luis, como decía mi padre cuando hablaba con mi madre, aunque yo lo miraba cuando venía a comer a casa del abuelo, y no parecía pobre, iba siempre bien vestido, aunque tenía ojos tristes, como su hijo. El tío Carlos nunca se separaba de su padre cuando venían a aquellas reuniones familiares, nos miraba como de lejos, incluso estando sentado cerca, y en los pocos retratos de familia que conservo, siempre salen en una esquina, como lejos del resto. Ahora entiendo que quizá no eran ellos, sino nosotros los que los hacíamos sentirse lejos y fuera de encuadre, con nuestra familia numerosa y aparentemente unida que parloteaba sin parar de conocidos comunes y cosas nuestras como si ellos fueran simples espectadores de nuestra alegría.

El abuelo trataba a su hermanastro con una condescendecia que no se preocupaba en ocultar, y sus hijos y sus nueras le imitaban, como en casi todo. Yo era demasiado joven para entender la historia de nuestra familia, y pensaba que eran ellos los que se exiliaban de nuestra alegría (que muchas veces eran mas bien fingidas) y no entendía para que venía el tío Luis, al que se le notaba incómodo, y porque el tío Carlos permanecía como lejos de todos nosotros, sumido en sus pensamientos y evidentemente ausente de lo que pasaba a su alredor.

Fue mucho después cuando supe que el tío Luis al parecer no era hijo de su padre en las mismas condiciones que el abuelo, que al parecer de las dos madres, la de mi abuelo era la legítima, y la del tío Luis era una criada, y que aunque mi bisabuelo los crío en igualdad, y dejó instrucciones en sus últimas voluntades de que al tío Luis le correspondía una renta vitalicia, mi abuelo le hacía ir a aquellas comidas familiares para cobrarla, poco a poco, y siempre haciendose de rogar, amparandose siempre en su legitimidad y en que en el fondo no le debía nada a aquel hermano cuya presencia, tan desgraciada había hecho a su madre.

     

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