Penélope

Recuerdo aquel verano, quizás porque fue el que lo cambió todo, quizás porque fui yo la que cambió, porque realmente si he de ser sincera nada cambió, pero el hecho de que nada cambiara fue seguramente el que hizo que lo hiciera. Creo que no me estoy explicando bien.

Fue el verano que yo cumplía veintitres años, las tías me llevaron con ellas a aquel balneario donde la tía Sara tenía que ir a tomar las aguas, mi dulce tía Sara, que cuando tenía que hacerle algún reproche a alguien o decir algo que no le gustaba lo hacía en voz muy baja, como si así dulcificara sus palabras y bajando el tono les quitara la parte amarga. La tía Sara y la tía Clara, que se pasaban el día haciendo calceta porque decían que era bueno para evitar la artrosis, lo que nunca supe era de donde habían sacado semejante idea, pero lo cierto es que se pasaban las tardes con los dedos ocupados, sentadas una frente a la otra con una mesa en medio; si cierro los ojos todavía puedo verlas. La tía Sara apenas hablaba, no le gustaba hablar mal de nadie, pero asentía todo el tiempo y de tanto levantaba la vista y asentía de manera significativa a alguna de las sentencias de su hermana. La tía Clara por el contrario apenas si callaba, hablaba a la misma velocidad a la que hacía calceta, poniendo de vuelta y media a todos los que teníamos cerca. Hablaba mal de los empleados, de las enfermeras, del director del balneario, de los huespedes, de las amistades y los familiares que nos escribían, nadie escapaba a la lengua de la tía Clara, que sabía la vida y milagros de todo el mundo, y sospecho que si no, simplemente se la inventaba.

La tía Marta, molesta por como hablaba de todo el mundo la tía Clara y por como la tía Sara asentía a todo lo que la otra decía se enfrascaba en la lectura de sus novelas y si la mirabas fijamente esas tardes de verano, casi notabas como se iba alejando de aquel balneario, de aquella realidad en la que sus hermanas hablaban y hacían calceta y se perdía en sus mundos de mosqueteros y espadachines, y reyes y reinas y amores no siempre felices.

Yo lo cierto es que los primeros días me aburría mucho, mis tres tías eran mayores, no conseguía seguir el hilo de los monólogos de la tía Clara, y las tardes que intenté leer alguna de las novelas que me dejaba tía Marta, admito que los parloteos de mi otra tía parecían sacarme a la fuerza del París de Richelieu para devolverme a los líos amorosos entre médicos y enfermeras que la tía Clara le contaba (inventandose los detalles) a la tía Sara. Hasta que un día él llegó, me sonrió y pasó a ser el tema favorito de tía Clara.

Era moreno, de ojos tan oscuros que parecían negros, según la tía Clara estaba allí acompañando a su madre, que estaba muy delicada de salud, y era rico, y soltero, y siempre según la tía Clara se había interesado por mí preguntandole a una de las camareras, mi nombre y mi estado civil.

Así que dejé de intentar leer los libros de la tía Marta y aprendí a bordar de manos de mis tías. Mientras bordaba, mi historia de amor, narrada por la tía Clara iba cobrando realidad en mis tardes de verano, y poco a poco olvidé que solo eran palabras, y me descubrí a mí misma bordando nuestros nombres en un ajuar que mis tías (censuradas por tía Marta) me animaban a crear.

Un día era el saludo, la inclinación de cabeza que había hecho al pasar junto a nosotras o la sonrisa que me había dedicado, o un suspiro al pasar a nuestro lado; otro día era que una de las camareras lo había descubierto mirandome sin darse cuenta, seguramente intentando reunir el valor de venir a hablarme; otro que su madre se había interesado por el libro que leía tía Marta ,lo que según tía Clara indicaba que se interesaba de manera indirecta por nuestra familia y por mí, porque, siempre según tía Clara, intentaba averiguar que clase de chica le gustaba a su hijo. Y así mil pequeños detalles con los que el parloteo de mi tía fue llevándose las dudas iniciales hasta dejarme solo la certeza de que él me amaba aunque era muy tímido para dirigirse a mí.

Y acabó el verano, y él se fue sin despedirse (para indignación de mi tía Clara que estaba segura de que de allí salía casada) y yo me quedé con un ajuar bordado con nuestros nombres.





 *Cuadro de Caillebotte.

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