Como cada tarde Suzanne se pierde en sus sueños, ajena al bullicio que la rodea, a los que vienen y van, o los que pasan sin mirar, inmersa en su sueño de ser artista, de pintar. Y pinta cuadros en su cabeza, mezcla los colores como ha visto cientos de veces hacerlo a los pintores mientras ella posa desnuda y ellos la hacen inmortal, como dicen al acabar, aunque no saben que ella desea otra inmortalidad, no quiere ser modelo, ella quiere pintar.
Como cada tarde Suzanne piensa en los días que ya se fueron, los días de circo, los vestidos de lentejuelas, su infancia robando fruta, sus primeros besos. Recuerda los primeros estudios donde posó para pintores poco conocidos que casi no tenían dinero para pagarle y piensa en su niño sin padre y sin nombre y en que será de él.
Suzanne termina su copa y el lienzo que en silencio ha estado pintando en su imaginación, alguien ha pagado la cuenta, así que sale al frío helado de la madrugada y se mira en el espejo mientras se desnuda para irse a dormir. Si, Suzanne sabe que aunque nadie vea eso que la hace especial, ella sigue siendo capaz de soñar con cuadros que están por pintar y con historias pasadas y futuras, y verse en el espejo y quererse retratar.
(Cuadros de Toulouse-Lautrec y Suzanne Valadon)
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