Barcas

Al pasar la barca me dijo el barquero; Tres voces de niñas cantan bajo mi ventana, y escucho el ritmo de la comba o puede que solo la imagine de cuando hace años jugabamos y cantabamos cancioncillas infantiles y nos sentíamos bien solo porque sabíamos saltar a la comba y cantar al mismo tiempo; Las niñas bonitas no pagan dinero; Creo que tantos días sin dormir me están trastornando, sueño, sueños, demasiados somníferos y las costuras de las sábanas que parece que quieran hacerse sentir, y los pajaritos por la mañana y los grillos por las noches y la ausencia de luna y de sueño, y sueños, y somníferos y agua, y ya no sé si hay niñas saltando a la comba bajo mi ventana o si soy yo misma saltando a la comba con mis primas y los recuerdos que aparecen sin que los esperes solo porque el suavizante nuevo que compré antes de ayer huele exactamente igual al que usaban en el pueblo cuando nos juntabamos todas las primas en verano; Yo no soy bonita ni lo quiero ser; Es que ya desde pequeñitas nos convierten en mujeres objetos, si eres bonita no pagas, si eres fea, o gorda, o no respondes al canon del tiempo que te toca, estás jodida, nadie te dará nunca nada, y además lo sabrás. Incluso para subir a una barca imaginaria de un barquero machista que no existe te dicen que tienes ser bonita

¿Quiero o no quiero ser bonita? Me miro en el espejo. Quiza el problema es que en algún momento todas fuimos bonitas o creimos serlo y de repente un día un espejo nos miró sin piedad y nos dijo que tocaba pagarle al barquero. Ya no eres bonita y da igual si lo quieres ser. El paso del tiempo es implacable, insobornable y el barquero sabe verte através de tus ojos y sabe exactamente cuando pedirte el dinero del billete si quieres cruzar el río y no ahogarte. Y como la madrastra de Blancanieves le suplicamos al espejo que nos diga que, aunque nunca fuimos la mas bella del reino, seguimos teniendo los ojos bonitos o una maravillosa sonrisa o un pelo precioso o lo que sea que alguna vez alguien nos dijo que adoraba en nosotras. Y le suplicamos al barquero que nos lleve de paseo por última vez, pensando que la próxima quizá decidamos dar un rodeo para que el barquero no nos recuerde que el tiempo de pasear en barca se acabó.



 (* Cuadro de Toulousse Lautrec)

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