Míralas, ninguna de las dos sabe como comportarse. Rosa, con su incómodo vestido blanco, que aunque la modista le aseguro que le quitaría al menos dos tallas, la verdad es que la hace parecer mas voluminosa de lo que es en realidad, se empeña en mostrar su aburrimiento de manera ostentosa, enfurruñada, mirando al infinito, empeñada en permanecer muda y como abstraida en sus pensamientos hasta que llegue la hora de irse a casa. Porque pese a su manera de hacer patente lo a disgusto que está, su concepto de la educación la hace quedarse al menos quince minutos de cortesía, porque piensa que irse de un lugar al que se acaba de llegar es una grosería, y que quince minutos es el mínimo que exige su civismo. Y Mara, que se aferra al mango de su paraguas como si fuera un salvavidas, como si al soltarlo fuera a sentirse perdida. Mara, que tras siete intentos de iniciar una conversación sobre el tiempo, primero diciendo que parecía que iba a llover, después hablando de lo molesto que es no saber que ponerse, después del frío que hace por las mañanas, para pasar al calor que hace a la hora de comer, para volver al frío de por las noches, me mira desde su silla, implorandome con los ojos que vuelva.
Que vuelva porque yo lo siento mucho, pero no soporto esos silencios tensos de Rosa, ni los intentos desesperados de Mara por iniciar una conversación intrascendental; así que en cuanto he podido me he ido a la cocina con la excusa de preparar mas té, y ahora las miro desde la ventana, esperando que acaben los quince minutos, que Rosa se vaya, y que Mara deje que corran las lágrimas que desde aquí veo que amenazan con subirle a los ojos.
Y ahí está Ramón, con esa cara de que no está pasando nada. Ramón con esa actitud y esas ideas absurdas, de que aparentando que no pasa nada, al final las cosas se resuelven solas. Pero las cosas nunca se resuelven solas, de hecho las cosas tienden a complicarse. Y hay cosas en las que es mejor no meterse, porque si te metes, te acaban salpicando; o como mínimo, acabas pasando un mal rato. Porque él está ahí sentado como si nada, pero el nudo que se me ha puesto a mí en el estomago, no me lo quita nadie, y es que las adoro a las dos, pero sé que hay cosas que no pueden forzarse, y que si Rosa está enfadada con Mara, pues sus motivos tendrá, y a Ramón y a mí ni nos va ni nos viene. Son cosas de ellas, y las solucionarán o no, cuando ellas quieran.
A quién sino a Ramón se le podría ocurrir invitarlas a las dos sin avisarlas de que iban a encontrarse. Ahora mismo las dos están incómodas, y eso no va a solucionar las cosas. Además le he dicho mil veces que yo no me quiero meter, y que él no debería meterse. Que mis amigas son mayorcitas como para arreglar sus cosas entre ellas.
Rosa es como es; es muy orgullosa, a veces demasiado orgullosa, pero es así, y la quiero; y Mara, es muy alocada, no siempre piensa en as consecuencias de sus actos o en que lo que dice puede dolerle a quien la escucha. Así que no es la primera vez que me veo en medio de una de sus broncas. Pero si esta vez no me han querido contar lo que les pasa, sus motivos tendrán, y Ramón debería aprender que no hay que meterse en todo. Que mis amigas son mis amigas y que él es mi marido, y que no tiene porque arreglar todos los problemas del mundo.
El agua ha roto a hervir, apago el fuego y la vierto en la tetera... hasta mí llegan palabras sueltas, dichas en voz baja, con ira contenida, palabras que no deberían llegar hasta la ventana abierta de la cocina, pero que el viento me trae casi como al descuido. No entiendo lo que hablan, sólo escucho palabras como traición, Ramón, mío, tuyo, vosotros, dos, y mi nombre dicho en susurros que las tres voces repiten en diferentes tonos, ninguno cariñoso.
Miro por la ventana y los veo a los tres exactamente igual que la última vez que miré, pero las palabras que me trae el viento han cambiado la luz con la que los veo... porque ahora veo el rubor de la vergüenza en las mejillas de Rosa, y la suplica de perdón en los ojos de Mara, el único que sigue manteniendo su expresión fría es mi marido, sólo que ahora el nudo en mi estómago se me ha subido a la garganta, y en lugar de ver a un metomentodo, veo al cínico con el que en realidad estoy casada.
 
 
 

No hay comentarios: