Un domingo por la tarde

   Es curioso lo poco que sabemos de las personas con las que nos cruzamos. Esos desconocidos con los que a fuerza de vernos en determinados lugares a determinadas horas creamos un vínculo efímero de saludos impersonales, sonrisas distantes e inclinaciones de cabeza, que quizás de saber mas, negaríamos con determinación, o quizás no... quizás nos inducirían a hacer preguntas y a querer conocer mejor a esas personas de las que lo único que sabemos es lo poco que vemos.
   Mira a esas dos mujeres, esas que están a la orilla del lago... Son hermanas, y aunque parecen muy unidas, la verdad es que se sorprenderían si alguna de las dos decidiera contarle sus secretos a la otra, y aunque comparten un oscuro secreto, lo cierto es que lo comparten sin saberlo.
   La mayor es viuda, aunque como puedes ver, no lleva luto. Sólo lo llevó un mes, y después decidió que como en realidad no lo sentía, era muy triste condenarse a un luto fictio, al fin y al cabo, ella misma fue la que mató a su marido, poco a poco, administrándole puntualmente en las comidas y las cenas, pequeñas dosis de veneno. Veneno que primero le hizo enfermar, y que sin levantar las sospechas de los médicos que durante el tiempo que duró su enfermedad lo trataron, acabó matándolo.
   Se pasa los domingos pescando, porque dice que la relaja, mientras su hermana, sentada a su lado, parlotea y la pone al día de los cotilleos del barrio. Parlotea para no confesarle a su hermana que mató a su marido. Sí, porque aunque la hermana mayor, envenenó a su marido durante años, no está claro si fue su veneno el que lo mató, pues su hermana pequeña, cansada de ver las muestras de los malos tratos que su hermana intentaba esconder, después de intentar ayudarla y ver con impotencia que su hermana negaba el problema y le decía que no se preocupase, empezó a regalarle a su cuñado, botellas de ese coñac tan caro que le gustaba tanto, que envenenaba con ayuda de una jeriguilla, haciendo mezclas de hierbas venenosas que ella misma recogía. Tranquila, pues sabía que no había peligro de que su hermana probase el peligroso coñac, ya que el padre de ambas había sido un alcohólico y las dos tenían un respeto que rozaba en asco por cualquier tipo de bebida alcohólica.
   Así que entre las dos llevaron a cabo un crimen sin siquiera haberlo hablado... y mirándolas nadie podría sospechar, que entre estas dos dulces hermanas que se pasan los domingos pescando y charlando de los líos del barrio, cometieron un crimen perfecto.



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