Es curioso como cambian las cosas... como con el pasar de los años, aquellas cosas que nos daban tanto miedo, no solo dejan de darnoslo, sino que se convierten en recuerdos que conservamos con cariño.
   Recuerdas aquella casa que nos daba tanto miedo cuando eramos pequeñas? Sí, aquella que había al fondo de la calle un poco apartada de las demás, esa sobre la que nos contabamos historias unos a otros los viernes por la tarde y que cuando anochecía parecía erguirse amezante entre las sombras, y nos daba tanto miedo que al pasar por delante echabamos a correr como locas hasta que llegabamos a casa, dónde parecía que la luz encendida del porche tenía el poder de protegernos de cualquier cosa.
   Recuerdas aquellas noches de verano, cuando nos dejaban acostarnos tarde y salir a la puerta de casa y nos retabamos unos a otros a ir hasta la puerta de aquella casa, que aunque sabíamos que no estaba abandonada, todos nosotros conocíamos a la Señora Antonia, de decían que vivía allí con su hijo el pequeño, aunque nosotras nunca vimos a su hijo. Y aquello daba pie a las historias mas absurdas, sobre que la señora Antonia era una bruja, y que había castigado a su hijo por no comerse las verduras, y lo tenía encerrado en el sotano, y cada noche le ponía delante el plato de verduras, que nosotras imaginabamos en forma de coles de bruselas, y como él se negaba a comerselas, ella le volvía a dejar sin cenar, encerrado en aquel sotano que imaginabamos húmedo y frío en invierno y en verano.
   Hace poco volví a pasar por el barrio, y allí sigue la casa, ahora sí, abandonada, te reirás, pero me dio un escalofrío pasar por la puerta, y eso que ya somos mayores y de sobra sé que las historias que nos contabamos poco tenían de ciertas. La señora Antonia era una pobre viuda que tenía demencia senil por los años que tenía; una pobre mujer que enviudó muy joven y que sacó adelante a cuatro hijos, todos chicos, que se fueron yendo del pueblo, cada uno mas lejos, y con ella se quedó sólo el pequeño, el mas problematico y el que mas disgustos le dio; porque era un bala perdida ya desde pequeño, que se juntaba con lo peor de cada casa, y que ya con quince años dicen que le robaba a su madre para comprar drogas. Drogas que le mataron poco a poco, mientras su madre resignada le cuidaba, fingía que no sabía lo que le robaba, mientras los años y la enfermedad se le iban llevando los recuerdos. Hasta que muerto su hijo, los otros tres la ingresaron en una de esas residencias para la tercera edad, donde dicen que se pasaba los días intentando volver a su casa, preocupada por ese hijo que no recordaba haber perdido, para dejarle a mano el monedero con un poquito de dinero suelto, porque sin dinero no sabía que sería de su pobre hijo, que como no trabajaba no tendría dinero para tomarse un cafetito de esos que tanto le gustaba tomarse; intentando convencer a las enfermeras de que a ella la debían de haber confundido con otra, y suplicandoles que la dejasen ir... Cuando no le daba por sentarse a esperar en la puerta diciendo cuando le preguntaban que esperaba que sus niños saliesen de la escuela, para llevarlos a casa y darles de merendar.
   Todo esto lo supe luego, me lo contó la señora Ascensión, la que tenía aquel ultramarinos donde nos mandaban a comprar el pan los domingos, que aunque se ha jubilado ya, sigue allí, ayudando a su hija, que es la que se ha hecho cargo del negocio, pero como ella se aburre en casa y dice que nunca ha sabido estar mano sobre mano, pues allí está, y me contó todo lo que te cuento, cuando me vio en la acera mirando hacia la casa aquella que nos daba tanto miedo de pequeñas...
   Y la casa está en venta, pero es muy grande y en estos tiempos parece que nadie tiene dinero para comprarla, y te parecerá una locura pero me acerqué a la inmobiliaria, y me enseñaron la casa... fue extraño entrar y ver por dentro aquella casa que nos daba tanto miedo. Con aquellos ventanales, y un salón que en su momento debió de ser precioso, pero que ahora ofrece el aspecto desolado de las casas que llevan tanto tiempo en venta que parece que nunca mas vayan a estar habitadas. Y no, no había ningún sotano, sólo un sillón encarado a los ventanales, donde me imaginé que se sentaba la señora Antonia y se reía al vernos pasar corriendo.




No hay comentarios: