Clara

Dicen quienes la conocieron, que antes no paraba quieta ni un momento. Dicen que entraba y salía de la barra, poniendo copas y organizando la marcha del bar, y que sólo se sentaba para dar conversación a los clientes cuando veía que en alguna mesa no había la alegría que ella creía que se merecían todas las personas que entraban aquí.
Y es que el bar, o la taberna, como dicen mis tías, la abrió el abuelo, aunque en realidad fue siempre el sueño de mi abuela, y la heredaron ellas: mis tres tías y mi madre. Mi madre nunca entendió de esto, como ella misma decía, así que ayudaba en lo que podía, pero no era mucho, la verdad, no mucho mas que limpiar las mesas y retirar los platos; en la cocina estaba mi tía Juana, que fue la heredera de la gracia y los secretos de cocina de la abuela, la mas seria de las cuatro hermanas, y fuera estaban la tía Felisa, la mayor de todas, y la tía Clara, que dicen los que la conocieron en otros tiempos que era el alma del bar.
Dicen que la tía Clara siempre estaba riendo, no con esa sonrisa ausente que ahora tiene, ni con la sonrisa que mi tía Felisa, que es la ahora lleva la barra, se empeña en forzar, dice mi tía Juana que para imitarla, para intentar ser lo que ella fue, pero que no lo consigue, porque la sonrisa de la tía Clara, era como su nombre... luminosa, sincera, y aquí es cuando mi tía Felisa (que es muy mala) dice que tenía una sonrisa boba, pero que eso a los hombres siempre les encanta.
Dicen que como en las coplas, una noche llegó un marinero, y aunque yo no me lo creo, es mas probable que fuera uno de los chicos del aserradero, que un marinero, ya que aquí no tenemos puerto, el caso es que dicen mis tías, mi madre nunca habla de esta historia, que cuando el marinero entró, mi tía Clara dejó de sonreir como si un rayo la hubiera atravesado. Mi tía Juana dice que fue el amor y el presentimiento de su futura desgracia si se dejaba llevar por la pasión; mi tía Felisa en cambio asegura que fue porque ella se fijó en el marinero pero en marinero ni la miró. Y en este punto de la historia mi madre enrojece y mi tía Juana me señala con los ojos y entonces mi tía Felisa se calla y las tres miran a Clara, que permanece lejos de nosotras, como si las escuchara.
Yo cuando era niña les insistía a mis tías para que terminasen la copla, que porque se le fue la sonrisa y ya no sonríe casi nunca. Pero ellas se reían de mí, y me decían que hay cosas que las niñas no deben saber, y yo no entendía como un hombre podía llevarse tu sonrisa sólo con no mirarte.
El caso es que como en las coplas, la tía Clara se enamoró del marinero, que aunque no llevaba el nombre de otra tatuado en el brazo, al parecer no correspondía a todas las sonrisas que mi tía quería que le correspondiera. Dicen que mi madre era muy joven, y que la pobre en esa época aún jugaba con muñecas, y después dicen que el marinero al irse no solo se llevó el dinero de la caja, sino que se llevó también la honra de la familia, aunque en este punto mi madre y la tía Juana, suelen fulminar a la tía Felisa con la mirada y yo no consigo entender como hizo el marinero para hacer esas dos cosas, ni que tiene eso que ver con las muñecas con las que dicen que jugaba mi madre.
Yo no lo recuerdo, dice mi tía Clara las pocas veces que interviene en la conversación, porque yo no había nacido en aquel entonces, y entonces las cuatro callan y me mandan a la cama sin decir nada mas.
Y miro a la tía Clara y no me la imagino riendo y dando conversación a los clientes, yo siempre la recuerdo ahí... sentada en aquella mesa, con la mirada perdida que nunca acaba de fijarse en nadie, no sé si buscando el dinero o la honra esa que dicen que se nos llevó el marinero.


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