En el Moulin de la Galette (5)

Manuel quiere ser escritor, tal vez lo sea, aunque él nunca dice que es escritor, él siempre dice que quiere serlo. Cada domingo viene al Moulin de la Galette y mira con sus ojos soñadores las historias que nos rodean, las escenas que se desarrolan ante nuestros ojos y las escribe, les añade detalles que se inventa, las hace mas trágicas o más cómicas de lo que son en realidad. A veces de un simple gesto, de una sonrisa, de un silencio, escribe hojas y hojas en esa libretita que siempre lleva encima y convierte una simple anecdota en toda una historia con final sorprendente. Manuel quiere ser escritor, pero no enseña sus relatos a nadie. Se limita a mirar la realidad y transcribirla, cambiando finales, dándo esperanzas o quitandolas a los personajes que se inventa aquí sentado. Pero en realidad, Manuel es abogado, o mejor dicho, intenta ser abogado, aunque en realidad ni quiere serlo ni le gusta la idea de acabar ejerciendo. Pero su padre es abogado, uno de esos abogados importantes que ganan mucho dinero con sus clientes, y con ese dinero pagó la educación de Manuel, y como quien paga manda, mandó que su hijo siguiera sus pasos, le pagó la universidad de derecho y ahora lo tiene contratado en su despacho, para que vaya aprendiendo el oficio, con vistas a retirarse y dejarle a él su legado. Quizás si Manuel le hablase de sus sueños su padre entendería porque a su hijo se le da tan mal la abogacía, o tal vez le daría una charla, similar a la que le dió cuando apenas había cumplido dieciocho años y a sus sueños de estudiar la carrera de filosofía, antepuso la practicidad de estudiar una carrera con salidas profesionales, y que mejor salida profesional que un puesto asegurado en el bufete de tu padre.

Así que Manuel escribe los domingos en el Moulin, el único día de la semana que se permite olvidar la realidad y reescribirla, soñando que es un escritor de verdad, y que puede que algún día sus relatos se publiquen y pueda dejar de fingir que es un abogado que escribe relatos.