Era por las noches cuando los recuerdos la invadían aunque ella no quería. El tiempo y los años distorsionaban los recuerdos y le jugaban malas pasadas. Su mente olvidaba y recordaba caprichosamente y aquel otoño no paraba de deleitarse en recordarle los dulces momentos antes de aquel primer dolor que después marcó la soledad que ella misma se impuso y de la que a veces (solo a veces) se arrepentía en secreto.
Fue un otoño, no podía recordar cuantos otoños hacía, pero sabía que fue un otoño cuando empezó todo, porque recordaba las calles llenas de hojas secas mientras paseaba a su lado por la avenida principal bajo la atenta mirada de su madre que fingía hacer ganchillo mientras vigilaba sus inocentes paseos. Era jovencita, todavía vivía su padre, y su madre sonreía continuamente, aunque ya menos que antes. Recordaba la preocupación de su madre cuando su primer pretendiente, porque lo cierto fue que nunca llegó a estar enamorada de él, se casó de un día para otro con otra señorita a la que decían las malas lenguas que así devolvía la honra.
Y claro, al haber sido su pretendiente, su honra quedó mudamente en entredicho, y aunque nadie dijo nunca nada en voz alta, lo cierto es que las miradas y algunos indiscretos cuchicheos, denotaban que algo se murmuraba después de aquel abandono, que en realidad no era tal, pues aunque el joven en cuestión frecuentó durante meses la casa, nunca hablaron a solas y no llegó a hacer la proposición esperada, así que siendo justa, no había habido ruptura. Pero ella descubrió que le gustaba el aire láguido que podía adoptar habiendo sido abandonada... aunque no demasiado evidentemente como para comprometer su honra.
Y fue entonces cuando él apareció; un joven abogado con un futuro muy prometedor que trabajaba con su padre; hijo de una de las mejores familias de la ciudad; el yerno que toda madre desearía tener; y por el que suspiraban todas sus amigas. Y él se fijaba en ella, condenando en voz baja lo que su anterior pretendiente había hecho con ella; compadeciendola, y jurandole por su honor que antes se dejaría matar que hacer algo tan ruin y rastrero como jugar con los sentimientos de una dama como ella. Y ella le creyó, porque no había de hacerlo?... sus ojos color otoño eran tan sinceros, y su voz tan cálida y tan ardientes sus palabras sobre honor, honra y amor, que casi sin darse cuenta se enamoró, aunque era tan jovencita que ni supo que era amor aquello que sentía.
Esas ganas de reir o llorar que parecían embargarla sin motivo. Aquel vacío en el estomago que le impedía comer cuando él no iba a verla, o cuando acababa de irse, o cuando recibía a escondidas una de sus cartas. Aquel calor que sentía en el pecho, donde se suponía que tenía el corazón, y el calor en sus mejillas cuando escuchaba su nombre o notaba sus ojos sobre ella. Y aquel deleite nuevo que encontraba en repetir su nombre en susurros cuando estaba sola en su cuarto, o en escribirlo en guardarlo dentro de un corazón.
No supo que era amor, fue feliz aquel otoño, cuando paseaban cogidos del brazo, cuando leía sus cartasy las guardaba bajo la almohada para soñar con él. Y aquellas tardes en las que tras muchas suplicas, ella fingía encontrarse indispuesta, y después de retirarse a su habitación se escapaba con ayuda de la cocinera para reunirse con él en el bosque, en aquel lugar que sólo ellos conocían y donde primero le dió un beso y después todo lo que él quiso pedirle, jurándole que se casaría con ella en cuanto su padre le subiese el sueldo, y pudiese permitirse una casa mejor.
Pero antes de la subida de sueldo el chico encontró la ocasión de robar la caja fuerte gracias a la confianza que se ponía en él como futuro yerno. Y desapareció rompiendo sus promesas y sembrando los rumores que resquebrajarían su honra. Y aunque ella siguió yendo al bosque algunos domingos esperando que él volviera a buscarla, lo único que consiguió fue enfermar con las primeras lluvias del invierno.
Y estando aún convalenciente de la pulmonía que casi le costó la vida decidió que nunca mas, nunca mas, nunca mas, volvería a pisar el bosque ni a creerse las palabras de amor que su corta experiencia le había demostrado que no podían ser ciertas.
Por eso le molestaba tanto que después de tantos años sus recuerdos jugaran con ella y la llenasen de melancolía, haciendo trampas... haciendola recordar solo aquellos momentos dulces, cuando en el bosque él le decía que la quería y que moriría por ella, y ella le creía sin reservas, como si todo lo demás no hubiese pasado... porque cuando su mente conseguía recordar toda la historia, el dolor era el mismo que aquel otoño y no la dejaba respirar.
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