Un domingo por la tarde (tres)

   Mira por ejemplo a ese hombre joven, el que tiene esa mirada de machote perdonavidas, fumando en pipa, oculto tras la visera de la gorra que lleva puesta. Ese que está sentado cerca del matrimonio, y que parece mirar entre interesado y distraido a un punto fijo en mitad del lago desde que ha llegado.
   Cualquiera diría, por su expresión ausente y por ese no mirar en torno, que parece una obstinación, mas que algo inconsciente, que se ha sentado precisamente ahí, al lado del matrimonio aparentemente feliz, del mismo modo que podía haberse sentado en cualquier otro lugar del parque. Su actitud incluso invita a pensar que está en el parque por casualidad, como si le fuera totalmente indiferente estar en este parque mirando un lago, en un zoológico mirando a los chimpances despiojandose, en un café mirando la calle, o en su casa mirando la pared del salón. Pero lo cierto es que no es casualidad que esté en el parque, un domingo por la tarde... como no es casualidad que se haya sentado, donde lo ha hecho... al lado del aparentemente feliz matrimonio, a la izquierda de la joven esposa.
   Y aunque no ha habido ningún intercambio de miradas entre el marido y el hombre de la camiseta de tirantes y la pipa... y que me atrevería a aventurar que no lo habrá... lo cierto, la verdad inconfesable, lo que ni mirandolos atentamente toda la tarde, nadie podría imaginar, es que el feliz marido, con su traje caro y su preciosa esposa sentada a su lado, y el hombre de la gorra con visera que mira con insistencia al centro del lago son amantes desde hace ya seis o siete años.
   Y aunque los dos están de acuerdo en que no deben verse en público, en lo peligroso que es, y en que cualquier indiscreción sería fatal para las carreras de ambos. No pueden evitar estas citas clandestinas...




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